MEDIOS ROSTROS DEL CORONAVIRUS

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Nuestra cuarentena en Buenos Aires comenzó el 20 de marzo a las 0:00 horas, y al día de hoy que escribo esta nota ya se ha extendido cuatro veces, hasta el 24 de mayo. Unos días antes de que comenzara, estuve en casa encerrado por una gripe muy fuerte que me agarró; aún no imaginábamos  que el coronavirus se convertiría en una pandemia mundial.  Recuerdo que bromeé sobre eso con unos amigos y les decía “que tenía coronavirus”. Actualmente, si me duele la garganta, no quiero ni imaginar que se convierta en una gripe; enloquezco al pensar cuál será el siguiente paso: ¿llamar a los médicos?, ¿hacerme un despistaje de COVID19?, ¿o me compro un Teragrip y espero a morir lentamente? ¡Dios mío que trauma!.

La última vez que estuve con la cámara en la calle fue el 4 de marzo. Ese día hicimos fotografías y video de una puesta de sol en Corrientes con el Obelisco de protagonista y fue una tarde magnífica; no me imaginé que sería la última vez, en dos meses, que disfrutaría la calle tal y como la conocemos. Los primeros días de la cuarentena moría por salir y hacer fotografías de la ciudad solitaria. Ví un trabajo magnífico en infobae de la ciudad deshabitada y no podía creer que yo no pudiera siquiera llegar hasta la avenida. Después vino el uso obligatorio del tapabocas o como le llaman aca, barbijo; hoy día no concebimos esta nueva sociedad sin ese implemento que ahora se ha convertido en una prenda más que llevar al salir de casa. Este post hace honor de él: desde la simple mascarilla de $60 pesos, pasando por las famosas N95, las doble tela reutilizables de algodon o poliuretano, en lona y con telas de adorno tipo bacterias o camufladas y para terminar, las máscaras faciales de acrílicos (creo que adoptaré una de esas) que te cubren todo el rostro pero al menos te dejan respirar, y si usas lentes, no pasas por el empañe de los lentes por la respiración, hasta ahora la parte más fastidiosa de usar la mascarilla, a mi parecer es esa. Es así como este implemento antes inexistente en nuestras vidas (a menos que tu trabajo lo precisara) es ahora tan necesario y obligatorio como salir con calzado.

Cómo fue que cambió todo?

Un dia agarrábamos todo en la calle y saltábamos juntos como hermanos; al otro día, de repente, llegó una orden omnipresente que se repetía -y aún se repite-: debemos lavarnos las manos enloquecidamente, contar hasta 20 o 30 , cantar cumpleaños feliz con las mañanitas completo mientras te lavas, ¡cualquier cosa! . Había que darle duro al bicho; ya una agüita no sería , nunca más, suficiente. Todos ahora brillamos de lo limpios que andamos, nos gastamos una buena parte de nuestros ingresos en higienizante o alcohol en gel, en las entradas de los supermercados un señor va ofreciendo rociarte las manos con alcohol; otros van pasando un paño impregnado con matabichos en cuanta baranda, pasamanos, carritos, cestas o lo que sea que algún ser humano haya osado tocar con las manos. Lo siguiente que ocurrió: evitar todo contacto físico, no te toques la cara, ni los ojos, ¡ni nada! Yo no sé, creo que es más fácil dejar de pestañear un día, que no tocarte la cara. El contacto físico en la calle está “prohibido”, y casi de inmediato lo entendimos y lo asimilamos, era necesario colaborar entre todos para parar esto, no hay saludos de manos, ni abrazos, ni visitas a la abuela o a las tías, o a los sobrinos. Hoy, dos meses después y tratando de entender lo que se nos viene, puedo decir que un abrazo, a la vista de todos, será el mayor acto de rebeldía en el mundo.

Un poco de acción, y porque hacer esto.

Poder salir a hacer compras es lo único que se permitió a los ciudadanos en la ciudad, siempre cerca de tu residencia o hasta 500 metros de distancia, con tapabocas y manteniendo una distancia de metro y medio al menos. No puedes usar el transporte público, colectivos o el subte (metro) sin una autorización del gobierno, solo personal esencial puede moverse por la ciudad; puertos, aeropuertos , estaciones, todo se detuvo, las fronteras cerradas.
El desespero por salir me hizo caer en cuenta que mi mercado más cercano queda justo a 490 metros, algo muy conveniente (imaginen que les hago un guiño), me permitía caminar y poder ver un pedacito de la ciudad, pero sin la cámara; creí -y creo firmemente- que era un error sacar la cámara y mostrar fotografías de la ciudad en medio de una crisis tan tremenda como la que vivimos. Ahora, es inevitable ver como otros fotógrafos están haciendo un trabajo fabuloso, documentando todo lo que sucede, el comportamiento de los ciudadanos en las ciudades enclaustradas, las calles vacías, el personal esencial que tiene que salir a trabajar en hospitales y calles. Yo no tengo forma de llegar a esos sitios donde suceden las cosas; los sitios de trabajos esenciales están fuera de mi alcance y además no tengo justificación para estar por allí. Lo que sí puedo hacer es ir de compras y en el camino, con mi bolsita en mano, empecé a notar sistemas ingeniosos, elegantes y en algunos casos excéntricos para hacerse con un “tapabocas”, lo que sea para cumplir con las condiciones de resguardo. Los veía y no podía evitar imaginarlos en una fotografía, tanto imaginarse uno algo que al final quieres hacerlo real. Así que en este contexto yo me quise hacer de mis propias imágenes y decidí entonces, durante dos paseos de compras al mercado, llevar mi cámara a ras de cuerpo, sin apuntar por el visor para no molestar a la gente y no crear situaciones: solo traer una pequeña muestra de la gente en estos días de cuarentena plena.

La vida comenzará a ser “normal” en algún momento. Ahora solo abren mercados y abastos, la calle se ve de alguna manera “especial” y quizá nunca más esto se vuelva a ver (o al menos eso queremos creer).

Estos son los rostros de la calle de estos días , o como dice este título: “Los medios rostros del coronavirus”.

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